Published On: Mar, Jun 12th, 2012

Rafael Nadal, el más grande en la tierra

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Antes de romper a llorar, abrazado a sus familiares en el palco, Rafael Nadal suma (6-4, 6-3, 2-6 y 7-5) ante el serbio Novak Djokovic su séptimo título de Roland Garros, con lo que bate el récord de seis que le unía al sueco Björn Borg, se convierte en el tenista que más veces ha ganado en París y conquista su undécima corona del Grand Slam. Todo empieza con un consejo de guerra.

Es lunes por la mañana en la capital francesa. El cielo está lleno de negros presagios y, tras la suspensión por la lluvia del domingo (6-4, 6-3, 2-6 y 1-2), el trofeo espera en la tribuna de honor a que alguien lo haga suyo. A las 10.00, bajo un viento racheado, Nadal se sienta en el banquillo rodeado de sus mariscales. Allí está Toni Nadal, su tío y entrenador. Allí está Francis Roig, el técnico que le acompaña en la gira estadounidense. Allí habla también Carlos Costa, antiguo número diez mundial y hoy su agente.

El mallorquín, salvado el domingo por el temporal, abrió el lunes sus fauces

Nadal calla y escucha. Sabe que Djokovic está en la final tras remontar en los octavos, cuando el italiano Andreas Seppi se adelantó por dos sets a cero; que luego, en los cuartos, negó cuatro puntos de partido al francés Jo-Wilfried Tsonga, y admite que en la víspera, cuando cayó el agua, él era el que sufría, al que se le venía el mundo encima, porque el mejor tenista del planeta parecía camino de su tercera remontada tras meterle un parcial de 1-8 en la mochila. Es lunes y sus consejeros buscan cómo detener esa hemorragia.

Tras la victoria, escaló al palco para abrazarse con toda su familia

Toni le pide “máxima intensidad”, bolas largas y altas, y le aconseja que mezcle el revés cortado en el juego para cambiar de ritmo. Roig le corrige el gesto del revés. Finalmente, Costa y Toni organizan un complicado ejercicio que pretende imitar el durísimo resto de Nole. Nadal saca y su técnico, sin esperar la contestación del joven sparring, le manda inmediatamente una bola contra los pies para que se haga a la idea de lo que le viene. “Piedras”, que dice Toni. Llega entonces Djokovic a la pista y un ligero choque de manos les cita para un poco más tarde. La final aguarda.

 

AFP

Björn Borg

Balance en R. Garros: 49 triunfos-2 derrotas (6 títulos)

Edad en su primer título: 18 años y 10 días.

Edad en su sexto título: 25 años y un día.

Balance en tierra batida: 245 triunfos y 39 derrotas.

Títulos totales sobre tierra batida: 30.

Títulos en general: 64. Del Grand Slam: 11

Edad en su undécimo título grande: 25 años y 1 día (R. Garros 1981).

Semanas como número uno mundial: 109

Raqueta: Donnay (420 gramos).

Tensión: 30 kg.

Rafael Nadal

Balance en R. Garros: 52 triunfos-1 derrota (7 títulos)

Edad en su primer título: 19 años y 2 días.

Edad en su sexto título: 25 años y dos días

Balance en tierra batida: 254 triunfos y 19 derrotas.

Títulos totales sobre tierra batida: 36.

Títulos en general: 50.

Del Grand Slam: 11.

Edad en su undécimo título grande: 26 años y 7 días (R. Garros 2012).

Semanas como número uno mundial: 102.

Raqueta: Babolat (317 gramos).

Tensión: 25 kg.

Al inicio del partido, los dos competidores otean el horizonte. Hay nubes, pero no llueve. Grita la gente. Se ponen en pie los banquillos, adrenalina pura. Djokovic enseña los dientes. Nadal aprieta el puño. El español, con algo de fortuna, logra un tanto decisivo: su pelota tropieza con la red y en el primer juego tras la reanudación suma el break que empata el set (2-2).

Pronto vuelven a quedar claras tres cosas. La tensión es superior a la calidad del juego, que ofrece picos sobresalientes y valles de lo más oscuros, sobre todo en el caso del serbio, que acaba firmando 53 errores no forzados por 29 de su rival y tres dobles faltas en otros tantos puntos de break, incluido ese en el que perdería el duelo. Los saques tiemblan ante los restos. Igual que la víspera, los dos se reparten 14 roturas, pero Nadal logra inmediatamente la primera y cierra el partido con la segunda. Finalmente, varios detalles inclinan la balanza: las piernas del número dos están más activas, más revoluciones llevan sus tiros y las chispas de sus ojos dan miedo. Salvado por el temporal del domingo, Nadal abre sus fauces el lunes.

“¡Vamos, Rafa!”, se desgañitan los aficionados españoles. “¡Vamos, maestro!», le gritan los serbios a Djokovic, que ve cómo el revés le falla, deshilachándose al intentar contraatacar la derecha alta de Nadal. El domingo, entre furiosos abucheos, rompió un banquillo a raquetazos y tiró al suelo una raqueta. El lunes, simplemente, se ríe. No cree lo que ven sus ojos: en un par de puntos catárticos, Nadal limpia a pelotazos las líneas. “¡Nole!”, jalean las tribunas despobladas. “¡Nole!”, braman voces gastadas mientras el número uno va viendo cómo se diluye el sueño de ser el primero en ganar cuatro torneos grandes seguidos desde que el australiano Rod Laver lo consiguiera en 1969.

En París, como tantas veces, demuestra Nadal la fortaleza de su espíritu. Del disgusto de desaprovechar un 6-4, 6-3 y 2-0 el domingo emerge como un ave fénix con su derecha lanzando picotazos de fuego. Del abismo de tres finales grandes seguidas perdidas contra Djokovic, pesadísima carga para su convencimiento, escala hasta el cielo de París para abrazarse en el palco con toda su familia.

Nadie, ni siquiera el mítico Borg, ha ganado tantas veces en Roland Garros, siete, como Rafael Nadal Parera.

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