A la Selección Española de Fútbol le falta un estirón
Se debate España, con sus innumerables congresistas futboleros, sobre la conveniencia o no de jugar con un ariete. Si en Sudáfrica, tras el fiasco del estreno ante Suiza, el señalado fue Busquets, capital el resto del torneo, ahora la controversia gira alrededor del vacío dejado por Villa, que, como en el Barça, tampoco en la selección ha jugado casi nunca como un nueve puro y centrado, como una referencia para los centrales adversarios. Villa simbolizaba algo más que el gol. Aún desde el costado izquierdo, con sus desmarques y diagonales hacia el área, hacía que el equipo se estirara, que buscara los espacios rumbo a la portería. Lo mismo que, con menos productividad goleadora, sin duda, logran Pedro o Navas cuando abren el campo, piden la pelota al espacio y en carrera desbordan. Ante Italia, las bandas se activaron mal, al subir y al cerrar. Con Ramos centrado, España ha perdido peso con Arbeloa, que no tiene picante cuando rema en la ofensiva.
Frente a Italia, durante todo el primer tiempo, a España le faltó jugar al espacio, la táctica del tirachinas, un futbolista en el frente de ataque, por dentro o por las orillas, que alargara al equipo y diera opciones de pase a la excelente lista de asistentes que tiene el equipo. Los seis que se alistaron (Alonso, Busquets, Xavi, Iniesta, Silva y Cesc) tocan más que rompen. Solo Cesc, en la jugada del empate, irrumpió al hueco desde la segunda línea, y la selección solo se vio a un paso de la victoria cuando Navas y Torres, pese a sus tinieblas ante Buffon, cambiaron el repertorio de ataque. “Por dentro no encontramos profundidad, con Navas fue mucho mejor”, reflexionaba ayer un jugador español, consciente, como alguno más, de que en la primera parte al equipo “no tuvo posición”, “no tuvo el orden del segundo tiempo”.
No es España el único equipo que ha deforestado la posición del ariete clásico. Ya lo hicieron Hungría en los 50 u Holanda en los 70, y en estos tiempos ha sido una partitura habitual en el mejor Barça de la historia, en el que finalmente sucumbieron Eto’o e Ibrahimovic, pero donde irrumpen laterales de altos vuelos como Alves, donde jugadores como Alexis dan profundidad y es habitual al menos la presencia de un extremo puro. Y como broche de oro, Messi, claro, que a su aire asiste como el mejor y golea como nadie, pero que no se puede clonar. O es el caso del imponente Real Madrid de este curso, en el que Cristiano, Benzema y ni siquiera Higuaín son delanteros centro en el sentido convencional del término, sino jugadores versátiles, que no anidan en el área, sino se citan allí.
Ante Italia, cuando Del Bosque supo que su colega Prandelli pretendía envidar con dos centrales (Bonucci y Chiellini) y un líbero (De Rossi), quiso quitar pistas a los tres y buscar la sorpresa por asalto con la llegada de un pelotón de centrocampistas y Cesc como delantero postizo. No lo consiguió, perjudicado, y mucho, por el mal tránsito de la pelota en el bosque del Arena de Gdnask, y por la quietud de sus futbolistas, subyugados también por los extremos, donde los laterales italianos (Maggio y Giaccherini) cerraron a sus colegas españoles (Arbeloa y Alba). A su espalda, hasta la entrada de Navas, no hubo futbolista de la Roja que hiciera cosquillas. España se congeló en el primer tramo, sostenida por dos magníficas intervenciones de Casillas, y solo rompió en la última media hora.
Del Bosque, que ayer compartió una barbacoa con el equipo y sus familias, hombre sabio, prudente y en absoluto dogmático, tendrá ahora que subsanar el déficit español. Es muy probable que su esquema ante Italia fuera más un recurso táctico que una nueva e improvisada costumbre. La cuestión no es tanto enquistar a un ariete entre los centrales contrarios, sino encontrar la pócima para que el equipo mantenga la posesión como centro de su universo, pero encuentre a quien le ponga frente al gol, ya sea desde el ángulo, como hacía Villa, o desde el eje. El técnico, como todo el equipo, tiene crédito suficiente.