Messi ajusticia al Milan
El Barça de Messi eliminó al Milan de Ibrahimovic. Aunque los italianos seguirán contando las horas que lleva sin meterles un gol de jugada –ocho partidos-, La Pulga ha marcado la diferencia con tres penaltis -uno en la fase de clasificación y dos ayer- y un liderazgo indiscutible, muy por encima del de cualquier jugador del Milan y del arbitraje protagonizado por Kuipers. La ambición del Barcelona pesó más en la eliminatoria que las decisiones de los colegiados, que en el Camp Nou pitaron a su favor de la misma manera que lo hicieron en su contra en San Siro.
Entregado a los detalles y a las jugadas episódicas, el Milan podrá decir que no hay árbitro en el mundo que pite un penalti como el de Nesta, salvo el de ayer. La jugada, ciertamente, marcó un punto de inflexión en un partido hasta entonces envenenado. Los rossoneri parecieron encontrar un motivo suficiente para entregarse al Barça, superior en lo grueso del fútbol, sobre todo en el juego. Los azulgrana ni siquiera necesitaron de su mejor versión para tumbar al Milan, falto incluso de su clásico espíritu agonístico, sorprendido al inicio por la excitación barcelonista.
Más que la defensa, convencido como estaba de que pusiera a quien pusiera en la alineación no evitaría el gol del Milan, a Guardiola le preocupaba la delantera, y especialmente la manera de atacar al Milan, sobre todo después de que el Barcelona no supiera descerrajar el partido de San Siro. Asumido que necesitaba generar más ocasiones que en la ida, el técnico esponjó ayer la formación y desplegó a su equipo a partir del atrevido y exigente 3-4-3, el dibujo de las grandes ocasiones, citas como las de ayer. Aunque le valía con un gol, quería tralla el Barça.
Abrieron el campo los azulgrana con dos extremos (Cuenca y Alves), a fin de que los laterales italianos tuvieran que salir a las bandas en lugar de cerrar con los centrales, y enfocaron el área de Abbiati con hasta cinco futbolistas (Busquets-Xavi-Iniesta-Messi y Cesc) para tener superioridad numérica sobre el rombo del Milan. A partir del ortodoxo juego exterior, los barcelonistas desequilibraron por el interior con el regate de Messi. La Pulga remató tres veces en nueve minutos hasta cantar gol después de transformar un penalti cometido por Antonini.
El colegiado no dudó sobre la sanción después que el lateral italiano derribara al delantero argentino. Messi era un ciclón en la cancha, iba y venía, presionaba, robaba, conducía y remataba, imposible de defender para el Milan. La Pulga tenía campo por recorrer después del espacio que ganaban los centrocampistas, muy bien repartidos, rematados por Cesc como falso 9. Las llegadas azulgrana se sucedían porque funcionaba la línea de recuperación. La intensidad y la agresividad se alternban mejor que la finura, la elaboración y sobre todo el control.
La falta de pausa del Barcelona facilitó las transiciones del Milan. Robinho e Ibrahimovic siempre dieron opciones a sus medios y zagueros para alcanzar el área de Valdés. A los delanteros italianos tampoco les costaba disponer de situaciones de ventaja en el campo contrario por la defensa de tres del Barça. A nadie le sorprendió que empatara Nocerino, asistido por Ibra después de una jugada de Robinho, excelente en la lectura del juego ofensivo. Afinado hasta entonces, Mascherano no supo achicar el fuera de juego y habilitó al volante del Milan.
Al equipo azulgrana le pudo la excitación y, desorganizado, se entregó a un partido demasiado acelerado para la naturaleza de sus futbolistas, la mayoría muy técnicos. La hinchada ni respiraba ante tanta incertidumbre. Al Barcelona le faltaba paciencia y el oficio redimía al Milan. Y fue en una jugada que los italianos defienden siempre muy bien que penó el Milan. El árbitro pitó penalti por agarrón de Nesta a Busquets por la misma regla de tres que el árbitro de la ida no quiso saber nada de un agarrón a Puyol en una jugada calcada. Así de caprichoso es el criterio arbitral.
No perdonó Messi, que tiró el segundo penalti al lado contrario del primero, y el partido viró a favor del Barça. La jugada sirvió para reafirmar la jerarquía del Barça. Guardiola se corrigió y su equipo pasó a defender con cuatro, ya con Alves de lateral, mientras el Milan maldecía a Kuipers. Los azulgrana alargaron sus posesiones y seleccionaron mejor sus ataques, siempre protagonizados por el omnipresente Messi. La Pulga se comió con su aceleración a los dos centrales y el rechace a su tiro lo recogió Iniesta para poner el 3-1.
La diferencia justa y precisa para que el Barcelona se asegura el gobierno del encuentro y se rindiera el Milan. Los azulgrana fueron cambiando piezas y acabaron incluso sin Xavi, Cesc ni el lesionado Piqué mientras que los rossoneri no encontraban ni con tres delanteros la portería de Valdés. Los rossoneri fueron un rival peligroso mientras jugaron a expensas de los errores del Barça, más víctimas de su propia fiebre que de la intimidación del Milan. Fuerte a la hora de negar el partido, no tuvio respuesta en el momento de afirmarse en el Camp Nou.
Ahora mismo, los muchachos de Allegri, están un peldaño por debajo del Barça de Messi, mucho más eficaz, semifinalista por quinta vez consecutiva, actor absoluto de la ronda. Más que contra el Milan, que vivió en la sala de espera del temor que inspira su zamarra, siempre expectante y necesitado de referirse a los demás para explicarse, el Barça jugó contra su propio juego y su ansiedad por acreditar que es mejor equipo, con o sin penaltis. Una cosa es que pareciera vulnerable y a ratos jugara hasta mal, y otra distinta que ganara por el árbitro. El Barça fue mejor que el Milan ayer y en el computo de los cuatro partidos disputados durante el curso.