GOLF – La velocidad natural de McIlroy
“La gente siempre queda impresionada de lo lejos que mando la bola desde el tee. No soy el tipo más grande ahí fuera, con 1,76m y 73 kilos de peso, pero siempre la he mandado lejos para mi tamaño. Tengo un montón de velocidad natural. En el gimnasio trabajo principalmente en la estabilidad y la flexibilidad, lo que me ha ayudado a mandarla más lejos. Además, me gusta hacer el swing sin miedo. Del tipo machacar la bola. Siempre he jugado así y he visto rápido que casi todo el mundo del circuito también lo hace. Cuando estoy sobre la bola, no pienso en nada más que en el objetivo. No me concentro en la técnica. Pero, bajo presión, sí uso un sencillo pensamiento: elijo un punto a 20 centímetros por delante de la bola y voy a por él, con todo. Eso libera mi mente del resultado del golpe y me ayuda a realizar todo el proceso”.
Rory McIlroy habla de su swing con la misma simpleza con la que ejecuta un movimiento que asombra al mundo del golf por su naturalidad y eficacia. Su salida desde el tee es seguramente la más bella del circuito. Y, en contra de lo que pudiera esperarse en un jugador muy técnico y sin el cuerpo de los grandes pegadores, es también potente. McIlroy alcanza una media de 270 metros con el driver, por los 272 de Tiger Woods.
El secreto del pequeño genio norirlandés, dice, no es la fuerza ni la técnica. Es eso que algunos atletas y pilotos de carreras llaman la velocidad natural. Sin poseer el músculo de Tiger o el cuerpo-polea de Álvaro Quirós, McIlroy hace el swing a 200 kilómetros por hora. La bola sale despedida a 300. “Me sale de forma natural”, explicaba a este periódico antes de ganar su primer grande, el Open de Estados Unidos de 2011; “he practicado mucho el swing desde los dos años. Y he tenido el mismo entrenador desde los nueve, Michael Bannon. Lo hemos trabajado para hacerlo perfecto, pero también hemos querido mantenerlo muy natural y sencillo. He sido bendecido con este swing”. Mientras McIlroy, de 22 años, ha conservado siempre la misma cadencia, Tiger, de 35, ha cambiado hasta tres veces su movimiento ante la bola. Son dos técnicas diferentes. Mientras el norirlandés se basa en la biomecánica TPI (Titleist Performance Institute), Woods, condicionado por las lesiones de rodilla, se basa en el stack and tilt (Mantente y húndete, sin tanto desplazamiento lateral).
El baile de McIlroy sobre la bola es tan especial, su equilibrio tan perfecto, que hasta ha sido objeto de estudio científico. Un grupo de doctores del TPI, en San Diego, monitorizó mediante sensores colocados en su cuerpo cada uno de sus movimientos. Su swing fue reducido a un montón de números y variables de laboratorio en busca de la fórmula mágica. Y aquellos matemáticos concluyeron que los vaivenes de sus caderas y sus hombros no podían ser enseñados por ningún profesor. Ahí no existía un golpe manufacturado, fabricado. Eso era innato, natural, de una armonía perfecta, herencia también de los golpes de su padre, Gerry, golfista amateur. McIlroy lo resume recordando su infancia: “Me gusta jugar simple, como un niño, sin pensar demasiado en el juego. Simplemente jugar y golpear”.
McIlroy es un experto en Tiger Woods. Puede citar de memoria jugadas, partidos y títulos, desde que se pegó a la televisión de niño para verle ganar el Masters de 1997. Ese es su primer recuerdo del golf. Ahora discuten por ser los mejores del mundo. Tiger tiene mejores estadísticas con el swing que McIlroy (más velocidad, más distancia y más precisión: 60,7% de calles cogidas de Rory por el 67,9% de Woods), pero sus movimientos son más estudiados, más mecánicos. Tiger es un jugador casi perfecto de laboratorio. McIlroy es un genio natural.