Published On: Jue, May 17th, 2012

Obama presionará en el G8 a favor de estimular el crecimiento en Europa

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Con la ayuda ahora del nuevo presidente de Francia, François Hollande, el presidente de EE UU, Barack Obama, aprovechará este fin de semana la cumbre del G-8 para presionar, especialmente a Alemania, sobre la necesidad de un impulso al crecimiento económico en Europa. La otra cara nueva que se esperaba en la reunión, la del presidente Vladímir Putin, ha decidido ausentarse para dejar claro desde un principio que se avecinan tiempos difíciles en las relaciones con Rusia.

La cumbre del G-8, convocada en la apartada residencia presidencial de Camp David (Maryland) para huir de las protestas, tendrá una extensión el mismo fin de semana en Chicago, a donde se trasladarán los jefes de Estado y de Gobierno para participar en la conferencia anual de la OTAN. Este intenso programa será también el debut internacional del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

La Administración norteamericana va a recurrir a una diplomacia discreta para defender su punto de vista respecto a la crisis europea. El crecimiento de la economía estadounidense, demasiado lento para las necesidades políticas de Obama a menos de seis meses de las elecciones, está condicionado por la situación económica en el Viejo Continente. “Europa es todavía débil y eso está creando incertidumbre en nuestra industria”, dijo esta semana el presidente en una cadena de televisión.

Vladímir Putin aduce razones internas para no asistir a la cumbre

Obama, que ha implantado políticas de estímulo económico en casa, intenta también potenciarlas afuera. Pero ha de hacerlo de forma cuidadosa, sin dejar la impresión de entrometerse donde no le corresponde y sin provocar la irritación de un aliado fundamental, la canciller alemana, Angela Merkel.

“Con respecto a la situación económica en Europa”, ha declarado hoy la secretaria de Estado, Hillary Clinton, “el presidente Obama y nuestro equipo económico llevan tiempo diciendo que existe un espacio para la austeridad y para cambiar el estilo de gastar demasiado durante un periodo de tiempo demasiado largo, pero también tiene que haber un esfuerzo bien pensado de estimular el crecimiento, de crear puestos de trabajo, especialmente para los jóvenes”.

Clinton ha afirmado que su Gobierno “apoyará lo que Europa decida hacer”, pero ha recordado que también hay que considerar “las razones políticas” que recomiendan “hacer algunos ajustes a la austeridad como único instrumento”. “Hay que conseguir que la gente respalde las medidas, hay que conseguir que la gente esté convencida de que el camino que se sigue es el correcto”, ha declarado.

La Administración norteamericana no quiere inmiscuirse en un duelo potencial entre Hollande y Merkel sobre el modelo económico europeo. Pero tampoco se le oculta a nadie que las ideas ofrecidas hasta ahora por el nuevo presidente francés están más cerca de lo hecho por Obama que por Merkel. Obama y Hollande tendrán la oportunidad de abordar este asunto en una reunión privada hoy en la Casa Blanca, antes de salir hacia Camp David.

Uno de los inconvenientes de esa probable alianza entre Washington y París, además de las propias objeciones de la canciller alemana, es el hecho de que la política de Obama está seriamente cuestionada por sus opositores dentro de EE UU, y no es seguro en estos momentos que vaya a ser refrendada por los electores el próximo mes de noviembre.

La colaboración Obama-Hollande será puesta a prueba una segunda vez este fin de semana. El presidente francés, que ha prometido la retirada de sus tropas de Afganistán a finales de este año, puede estar en la orilla contraria al norteamericano cuando éste solicite el respaldo de la OTAN a su estrategia para el final de la guerra.

Esa estrategia incluye el mantenimiento de una considerable presencia militar en Afganistán a lo largo del próximo año, cuando la misión dejará de ser de combate y se convertirá en apoyo al Ejército afgano. Al mismo tiempo, tal como consta en el plan que el presidente norteamericano firmó hace pocos días con el de Afganistán, Hamid Karzai, las potencias occidentales se comprometen a mantener su ayuda económica a ese país durante al menos una década más tras la retirada definitiva de las tropas en 2014.

No va a ser fácil para el presidente norteamericano convencer a sus colegas, enfrentados a grandes emergencias domésticas, de que reserven dinero para que el Gobierno que se ha sostenido difícilmente en Kabul no caiga en manos de los talibanes en cuanto la OTAN se vaya. En buena parte, la credibilidad de la OTAN está en juego en este episodio.

La cumbre será una oportunidad de demostrar la vitalidad y vigencia de esta organización ante la mirada de un mundo en cambio. Y el hecho de que se celebre en territorio norteamericano es, además, una ocasión para recordar el liderazgo de EE UU. Desde la filosofía norteamericana, la OTAN es una organización en constante expansión que no debe de excluir a nadie que pretenda estar bajo su paraguas. Esta cumbre está presentada como la más amplia de la historia: 60 países están invitados, desde sus 28 miembros hasta Australia. Será una oportunidad de celebración del predominio occidental.

Probablemente, Putin no quería estar tan cerca de un acontecimiento de esa naturaleza cuando adujo sus ocupaciones en la formación de Gobierno para ausentarse de la reunión del G-8. Prefiere regresar al primer plano mundial en un ambiente algo más favorable, la cumbre del G-20, cuya celebración está prevista el mes próximo, en México.

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